Donde Nadie Me Ve...

"Sí, a esa yo también se lo metí...", fueron las primeras palabras que escuché salir de la boca de Leandro, mientras platicaba con Nelson, su amigo compueblano, el primer ciclo de mi carrera. Leandro y Nelson eran Veganos, y el tigueraje lo llevaban en la sangre, aunque no en el rostro. Era un tigueraje sano, en el que sólo prelucía el amor por las mujeres y por el carnaval. Aunque un Vegano que no adore el Carnaval, es como un gringo que no adore a Thanksgiving (Día de Acción de Gracias).

Platicaban de las mujeres patronaleras de cierto sitio de La Vega, y mientras trataba yo de esconder la cara ante semejante confesión, él me miraba de reojo y sonreía. Leandro era sumamente atractivo. Medía unos 6'2", tenía la piel morenita, y ojos como la miel. No era esa mezcla que asustaba, sino que más bien idiotizaba. Su pelo era recortado bien bajito, y siempre llevaba una gorra de los Padres de San Diego puesta fuera de clase. Nelson tenía los mismos ojos, pero su piel era trigueña, su pelo era largo (le cubría las orejas) engelatinado y tan sólo era un par de pulgadas más alto que yo (algunos 5'8"). Aún así, también gustaba un paquetón.

Leandro tenía la mala maña de recogerse la mangas cuando hablaba, dejando ver en su brazo derecho no sólo un pequeño tatuaje con el número 16 entre enrredaderas de púas (muy bien dibujado), sino sus excelentemente desarrollados bíceps y tríceps. Era de estos tipos con que podías soñar una fantasía en plena clase, en medio de las raíces cúbicas y las potencias algebraicas... pero que nunca llevarías a tu casa a conocer a mami.

En el segundo ciclo, tuve la dicha de compartir con él Matemática II y Español II. En Español II, él era el que más gustaba (Aparte de Juan, claro!). Vivía haciéndole comentarios sucios a Delgisa, a Eliana y a las demás jevas que se veían voladas. A las que privábamos en reservadas, en cambio, sólo nos miraba mucho, con ese tipo de miradas que te desnudan sin compasión.

Llegó el complicado día en que a la Profesora Marta se le ocurrió asignarnos un ejercicio muy peculiar. "Escriban una carta dirigida a la persona que esté a dos puestos a la derecha de su fila. Los que están en la penúltima fila, les escribirán a los que están en la primera, y así sucesivamente." Después de durar varios minutos explicando quién le escribiría a quién (porque algunos guanajos no sabían contar, y otras personas no se conocían y debían al menos saber el nombre de su destinatario) estábamos listos para empezar a escribir la carta. (Señores, pueden creer que en Primaria yyyyyyyy en Bachillerato embromaban con cojones para enseñar a uno a escribir una jodía carta, y al fín llegaba uno a la Universidad... a encontrarse con lo mismo???)

Bueno, como podrán imaginar, a mí me tocó escribirle a Leandro. No tenía idea de qué escribir, ni me importaba. Tan sólo me preocupé por cuidar las tildes, los puntos, las comas, y toda esa burrundanga.

Querido Leandro:

¿Cómo te encuentras? Espero que al recibir esta carta, estés bien en todo sentido. Te escribo para contarte sobre mis vacaciones. Las pasé en Licey, con mi abuela. Allí vi muchos de mis amigos, de los que usualmente no veo por la Universidad.

Fui a un meeting político de uno de los Síndicos que quiere gobernar en Licey. Espero que mejore la cantidad de huelgas que se realizan allá. La pasé muy bien, aunque no me gusta la política. Espero que tú hayas tenido vacaciones similarmente divertidas y que me cuentes lo que hiciste.

Cuídate mucho,
Yan***y C*****

Le entregué su carta a Leandro y recibí la mía. La profesora hizo la indicación de corregir los posibles errores en la carta. El ejercicio era colectivo, pero ella se llevaría los papeles al final. "Bien, ahora en silencio, corrijan las cartas...". Observé lo relativamente larga que era mi carta. Empecé a leerla.

Distinguida Señorita Yani:

Espero que al recibir este pedazo de mí, esté en su mejor condición de salud y de emoción. Quisiera contarle muchas cosas por medio de esta carta, pero su escritura era inprevista para mí, y no me preparé. De todos modos, espero que sea de su agrado.

Muchas veces me ha pasado por la mente qué está usted pensando cuando me mira, cuando se da cuenta de que la estoy mirando, y cuando rápidamente mira al techo, o a la persona que le queda al lado. Muchas veces me he preguntado "¿Cómo será ella? ¿Qué pensará cuando se queda mirando su mascota, y luego saca un lapicero y empieza a escribir. ¿Qué escribirá? ¿Poemas? ¿Experiencias? ¿Fantasías? ¿Algo que nadie leerá aparte de ella?". Son algunas de las preguntas que me pasan por la mente cuando la miro.

Las pocas veces en que nuestras miradas han coincidido, me he convencido de varias cosas: Tiene usted unos ojos muy tristes. De esos ojos que lloran sin derramar lágrimas. Me pregunto qué esconden. Su sonrisa es como la de la Mona Lisa, no sé si es sincera su alegría, o si quiere aparentar que no tiene por qué o por quién suspirar. Pero algo sí le prometo, sus ojos y su sonrisa, son ambos cautivadores.

También me he dado cuenta de varias cosas que me intrigan, por varios gestos que realiza. Cuando está cansada de subir las escaleras, le veo cojear. ¿Le pasa algo a su pierna?. Hace par de semanas, mientras la profesora hablaba de las palabras esdrújulas, vi que usted levantó su camiseta un poco, para secarse el sudor. Me di cuenta de que tiene una cintura increíble. ¿Por qué la esconde debajo de tanta tela? ¿Qué la lleva a esconder su belleza?

Sé que no sabré nunca las respuestas a éstas y otras preguntas, pero pensé que esta era la ocasión y la forma perfecta para sacarlas de mi mente, y ponerlas en papel.

Sin más nada, se despide:
Leandro Jiménez

Este tipo había escrito esto en cuestión de segundos. Imagínense si le hubiesen dado chance de escribir con advertencia!! Creo que está de más decir que me dejó con la boca abierta y comiéndome las uñas. Jamás imaginé que Leandro podría escribir así, y menos que tendría ese poder de observación... y que esa observación fuera dirigida hacia mí!!

El ejercicio terminó y perdí la carta más especial que había recibido en años. Le conté a mis amigas de lo que había sido testigo, y por supuesto, no me creyeron nada. "Estás loca", me dijo Delgisa. "Ese tíguere no es más que chercha..." Le siguió Eliana. Sabía que de ellas no podía sacar más que lo que ellas querían hacer con él si alguna vez se encontraban con él en una isla desierta.

Par de noches después, fui a la Plaza "Isabel Emilia", hogar de los profesores corruptos, de las tipas que estudiaban para salir "rápido" de la Universidad, y de los tígueres que gastaban el dinero que sus papis les daban para invitar a beber a estos profesores y para llevarse a la cama a estas tipas... ¿Qué buscaba yo ahí? Claro, a Leandro...

Sé que me van a pelear, pero... Continuará... ;)

~ Yani ~